Foto: Diario Olé |
Hay partidos, y sobre todo finales, marcadas por el miedo. La final de la Copa Argentina, disputada ayer en el estadio Bicentenario, es buena muestra de ello. Miedo a perder, miedo a dejar escapar una oportunidad que no se presenta todos los días, y sobre todo, miedo a fallarse a uno mismo y, por ende, a toda tu gente. Huracán y Central nos regalaron un espectáculo carente de fútbol debido a los nervios, pero rebosante de emoción. No era para menos. Y después de tanta tensión, llegaron las lágrimas. De tristeza para Central. De alegría desbordada para Huracán, que estando en la B Nacional ha conseguido tumbar a Boca Juniors, Banfield, Estudiantes de la Plata y Rosario Central. Una gesta a la altura de una hinchada ávida de felicidad.
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Durante los 90 minutos reglamentarios, ningún equipo fue capaz de someter con claridad a su rival, la responsabilidad parecía tener atenazados a los futbolistas y por momentos, la pelota quemaba en los pies. Sin embargo, Huracán supo maneja algo mejor el choque, mostrándose más solvente e incluso con una cuota mayor de precisión en el manejo de la pelota. Los talentosos, Pablo Becker en Central, y Gonzalo Martínez en Huracán, comenzaron el partido acostados sobre el sector izquierdo, quizá demasiado lejos de la portería adversaria, lo que propicio que ninguno fuese determinante en el devenir del partido.
Aún
así, con pocas ocasiones, con un ritmo de partido lento, Central empezó
ilusionando a los suyos en el segundo acto, otorgándole el papel referente que
acostumbra a sus carrileros, y dándole entrada a un Abreu que llegó infiltrado
a la final y se vio obligado a comenzar desde el banco. Mientras, Huracán
soportaba las embestidas de los de Russo, merced en gran parte a un trabajo
descomunal de Federico Vismara en la zona ancha, aunque fueron los rosarinos
los que tuvieron que agradecer a Caranta el llegar a los penaltis, ya que le
sacó una ocasión clarísima a Abila en los compases finales. ‘Wanchope’, como le
apodan al ‘9’ ‘quemero’, fue un incordio constante para la zaga de Central,
manteniendo un duelo de guerreros con Gómez Andrade. El ariete lo peleó todo,
pero se perdió dos oportunidades y luego erró su penalti. No fue su día.
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De
esta forma, Huracán levanta un título 41 años más tarde, después de proclamarse
campeón del Metropolitano en 1973, estando en la B Nacional, e inflando el
pecho de orgullo de todo el pueblo quemero, ese que sufrió en 2009 la pérdida
de un campeonato liguero que mereció y que solo una actuación arbitral más que
sospechosa le privó de festejar y el mismo que ahora suspira por volver cuanto
antes al lugar que por historia le corresponde. Precisamente este 2014 será
recordado por el título de la Libertadores de su eterno rival, San Lorenzo.
Ahora, con la consecución de esta Copa, Huracán también estará en la próxima
edición de la competición más prestigiosa de Sudamérica a nivel de clubes.
Cosas del fútbol.
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